2.8.07

Un relato que nunca terminará

Por Maximiliano Gesteyra.

Sus labios se detuvieron en el labio inferior de Julia. Mordió la delgada piel que lo cubría hasta que comenzó a sangrar.

Ella mansa como un cordero obediente, solo se estremeció al romper en sangre y dejó que Andrés bebiera y se emborrachase con ella.
Él, suave como un pétalo de seda, bebió incansablemente hasta palidecer la noche.

Sus miradas corrieron por toda la habitación en que se encontraban, y deteniéndose ambas en un mismo punto e instante se hallaron. El amor que aquellas miradas expresaron no es capaz de ser descrito en texto alguno.
Bebieron litros incontables de miradas, de vuelo de pájaros y de almas, en ese instante en que se encontraron.

Su mano - la de Andrés -, que ya vida propia tenía, corrió tímidamente a acomodar su pelo - el de Julia - detrás de su oreja, y al volver acarició su rostro, con la suavidad de la brisa.

Él suspiró y ella su suspiro respiró. El aire que en él había estado, ahora estaba en ella. ¿Cómo dejarlo escapar? Nunca antes había estado tan cerca de él. Pues no se pudo contener. Se acercó a su boca y lo regresó.

Ella volvió a mirarlo. Él con su mirada detenida en su boca, soñaba e imaginaba a sus futuros hijos; pero fue interrumpido cuando una mano fina y delgada se posó sobre su mentón levantándole la cabeza. Sus miradas se volvieron a trenzar una vez más.

Se acercaron. Se olieron. Mezclaron sus labios hasta no saber a quién pertenecían. Se estremecieron. Sonrieron. Soñaron. Olvidaron que un mundo los rodeaba. Solo ellos y su intimidad.

Entrelazaron sus manos y elevándolas a lo alto lograron tocar el cielo.
Eran gigantes. A sus pies, diminutos, casi invisibles, veían guerras, vanidades, dinero...

Sus corazones galopaban incansables cada vez con mayor velocidad. Sus pechos estallaron derramándose y empapándose ambos de amor y sudor.

De los ojos de Andrés comenzaron a caer lágrimas que Julia bebió.
Sus pulsos se aceleraron. Él seguía llorando y ella bebiendo. Se apaciguó. Volvió a besarla. Lo besó.

Ella poco a poco comenzó a hincharse. Crecía. Incansablemente crecía. Él la observaba con ojos conmovidos. Cesó de crecer. Una luz brillante y cautivadora surgió de ella. Un dolor placentero se apoderó de Julia que no cesaba de derramar lágrimas que ahora Andrés bebía. La luz se desvaneció. Se vieron rodeados por un ambiente cálido y de bienestar.

Se abrazaron. Cantaron, y los tres se durmieron.

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