30.9.06

El pozo

Por Graciela Belcastro.

El hombre, comenzó a cavar un pozo en esa tierra tan castigada por los frecuentes contrastes entre inundación y sequía. Él sabía que esto no era obra de Dios, pero ¿ Qué podía hacer?, si cada vez tenían menos voz y ni hablar de voto. Mientras cavaba, para evadirse, pensaba en las historias contadas por sus antepasados que se fueron transmitiendo de generación en generación. Historias que se remontaban a épocas en donde ellos eran los “dueños” de la tierra: no como posesión egoísta, sino como legado divino.
Épocas en que ella, la tierra, les proveía de todo lo necesario para ser felices y sentirse libres.
Imaginaba a sus ancestros en medio del monte tras algún conejo u otro animalito salvaje para estrenar el arco que acababan de hacer con sus habilidosas manos. También podía imaginar a sus mujeres danzando, con sus coloridas y amplias polleras y adornadas con hermosos collares hechos con semillas de algarrobo, de palo blanco, de palo borracho y de otras especies propias de la zona. Semillas que habían sido recolectadas por los más pequeños de la familia que correteaban por el monte sin otra preocupación más que divertirse, luego de haber sido bien alimentados.
Sí, en todo eso pensaba el hombre cuando cavaba la tumba de su hijo. Muerto por la mala alimentación, la carencia de recursos, la falta de medicamentos…
Mientras, en la gran ciudad, los poderosos se regocijan contando las monedas producto del desmonte.

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