26.6.07

Silencios


Por Pablo Mastrantonio.
Luces, sombras. Sueños, verdades ... Caminos, verdes caminos tornasolados. Y la hora, el momento del día. Día de invierno, cálido en la mirada. Serán las cuatro de la tarde de un día feriado. La sombra sobre la piedra, señal del tiempo perdido: ¡Tan paciente la piedra! Tan vacía la espalda, descansada de cargas inútiles, y delante, la felicidad. "¡¿Y si la forma de alcanzarla fuese pedalear mas rápido?!" ¡No creo que ellos lo sepan porque, seguramente, ellos serían felices! Sonrisas, pómulos inflados de satisfacci6n y gracia. ¿Y más atrás? Nada. Un camino de baldosas todas iguales, como son iguales las miradas de las plantas desnudas: de sus ramas envejecidas por el aliento del invierno que las suspende ... Muy atrás, detrás de todo, la cúpula infatigable continua con su barroca empresa, aunque las formas ... , ¡en fin!, las formas tal vez no sean importantes. Particularmente prefiero las risas, las bicicletas que han de llevarse los años de la infancia: años tibios protegidos por la suave luz de la lana para que el coraz6n se vanaglorie de su pureza. Las rejas fuerzan la idea ... Yo no quiero pensarlo, pero ... No, no quiero decirlo ...
Prefiero, aún, el contraste de las luces y las sombras, de sueños y verdades ... Pero ahí está otra vez: otra vez el futuro, otra vez aquel momento. Otra vez lo que será ...

4.6.07

La orden

Por Alicia Silveira

El día que ellos llegaron, nada hacía suponer lo que se venía.
¡No más vuelos!, dijeron. A caminar como hombres.
Lo primero que sintió el Pájaro fue incomprensión. De a poco fue adaptándose a las órdenes: recortó las plumas y las puntas de sus alas, puso piedras en sus patitas, se enjauló, llegó a pedirle a una anciana que lo atara como un matambre, o a un nene que salía de la escuela que lo encintara.
Pero nada servía. Cada uno de sus intentos terminaba en un vuelo. Se le caían las piedras. Alguien abría la jaula. Se le cortaban los hilos o la cinta perdía el pegamento.
Entonces la idea de lo irreversible apareció. Y lo hizo. Fue a la carnicería, y de un solo golpe el carnicero le cortó sus dos alas.
¡Ya está! ¡Ahora sí! No más vuelos, se decía.
Esa misma noche, el Pájaro cerró sus ojos casi contento. Pensó que lo había logrado, que había cumplido la orden. Pero se quedó dormido y, en sus sueños, voló más allá de sus propios deseos.