Birabent, la fundación de un pasado
1- La verdad histórica
Toda sociedad se funda sobre una metáfora, dice David Viñas. La metáfora argentina la construye Sarmiento, en el exilio chileno, desde las páginas de lo que será el Facundo. Es decir, la metáfora define las fronteras de un proyecto político, de un modelo de sociedad en la que sólo estarán incluidos o serán considerados sujetos, ciudadanos argentinos, aquellos que cuadren de un lado del binomio. Lo demás será prescindible. Estamos hablando, claro, de civilización/barbarie.
Facundo se publica en 1845. Sarmiento, después, se integra al Ejército Grande y, como boletinero, registrará ese avance, progresivo del general Urquiza sobre la ciudad de Buenos Aires. Es decir, primero escribe sus ideas y, luego, se lanza al campo de batalla. Sarmiento escribe sobre la pampa y, después, una vez integrado al Ejercito Grande, la conoce, conoce nuestra región. Entonces, desde el Facundo, Sarmiento dice que la ciudad de Buenos Aires, por esos años, se desangra, porque el tirano ha clavado el puñal, el cuchillo de la barbarie en el corazón de la civilización. Y qué es la civilización, para Sarmiento. La civilización, como sabemos, es el Progreso. Es el desarrollo capitalista en Argentina. Rosas encarna la barbarie, el retraso, las formas pre-capitalistas que impiden el Progreso. Como dice Feinmann en Filosofía y Nación, la barbarie está asociada en el pensamiento de Sarmiento con la naturaleza. El Progreso se despliega sobre la naturaleza, la transforma. Por lo tanto, al asociar a la barbarie como parte de la naturaleza, se abre, dice Feinmann, en el programa de Sarmiento, una política de exterminio. “Toda política de exterminio debe comenzar por excluir de los terrenos de la condición humana a aquellos que se propone exterminar” (Filosofía y Nación, Feinmann, pág. 148).
Las tropas de Urquiza triunfan el 3 de febrero de 1852. El tirano huye. La barbarie está herida. A partir de ahora se abrirán otras batallas. Pero los hombres de la ilustración, los liberales han recuperado el poder. Mitre y López, entonces, escriben sus libros sobre la historia argentina.
La imposición de la metáfora civilización/barbarie como matriz verdadera (es decir: la cultura europea y norteamericana como modelo de civilización, y los pueblos originarios y criollos como la barbarie), es el resultado de la construcción de un régimen de verdad. La verdad, lo sabemos desde Foucault, en Microfísica del poder, es algo de este mundo. Hay, dice Foucault, un combate en torno a la verdad. No podemos pensar la cuestión de la verdad sin ponerla en relación con el poder. Hay un efecto de verdad, como resultado de un modelo de dominación. La construcción de un régimen de verdad pone en funcionamiento una serie de discursos que dicen qué es lo verdadero y qué es lo falso en un determinado contexto. Por ejemplo: el liberalismo triunfante a fines del siglo XIX en Argentina se monta y, a la vez, reproduce la matriz construida por Sarmiento en las páginas de Facundo como verdadera.
Con este régimen de verdad, el liberalismo terminará modelando una identidad nacional. La escuela y el ejército funcionarán, entonces, frente al avance de los inmigrantes indeseados de principios de siglo XX, como instituciones tendientes a disciplinar y argentinizar a la población.
2- El pueblo de Sarmiento
La década del treinta es un quiebre, profundo, en la historia argentina. El orden conservador, corrupto y fraudulento, ha provocado una herida trágica en el corazón del sistema democrático. Es la década, además, de los suicidios. Lugones, en el Tigre; Alfonsina, en el mar; Horacio Quiroga, en el hospital de Clínicas; Lisandro de la Torre, de un tiro al corazón. Estos, también, son los años del revisionismo histórico que comienza a releer y cuestionar la matriz fundante de la patria.
En medio de tanto hastío y oscuridad, los conservadores ven en el cincuentenario de la muerte de Sarmiento una fecha para rendir homenaje. Es en este contexto, “cuando el país acaba de evocar con honda emoción, la personalidad grandiosa de Sarmiento”, cuando la editorial El Ateneo de Buenos Aires publica El pueblo de Sarmiento de Mauricio Birabent (Chivilcoy, 1905- Buenos Aires,1982).
En la revista Antología, dirigida por Diego Rositto, Birabent cuenta en 1971 cómo surgió el deseo de escribir El pueblo de Sarmiento. Frente a las acusaciones, por parte de un intendente municipal, de que los fundadores “no habían sido otra cosa que una bandada de chacareros brutos”, Birabent comprendió que era “necesario para la salud moral de este vecindario y en homenaje a la verdad y justicia elaborar un trabajo serio, orgánico y fundamentado sobre el significado de la operación colonizadora ejecutada en los llanos de Chivilcoy (…) En 1938 apareció el trabajo. Las figuras y el ánimo viril, lleno de humana dignidad, que campea en la obra de los vecinos fundadores quedaban salvados para la historia”1.
La primera edición fue reeditada (los primeros capítulos) con el título Chivilcoy, la región y las chacras en 1942. En 1973 Birabent recupera una serie de discursos sobre Chivilcoy y algunos capítulos de El pueblo de Sarmiento (Los dos amores de Chivilcoy) en el libro Chivilcoy después de un siglo. En 1987 los egresados de la escuela Nacional del año 1962 reeditaron, en fascimil, reproduciendo exactamente el diseño de la primera edición, El pueblo de Sarmiento. En 1992 la secretaria de cultura de Chivilcoy reedita Chivilcoy, la región y las chacras. La última reedición es en 1998.
El libro es el primero que narra la historia de Chivilcoy. Recupera, como dice en el prólogo, los papeles, los archivos de Sebastián Barrancos2, y los relatos orales que aún, por esos años, circulaban, suponemos, deformados, exagerados, distintos, pero ciertos en tanto relatos. “Muchos de los hombres de nuestra generación, conocemos sólo de Chivilcoy (…), sin placer, una áspera leyenda de compadrada y de saña, de bravura y de violencia (…) Esa no es la verdadera y auténtica historia de Chivilcoy” (El pueblo de Sarmiento, Birabent, pág. 6). Birabent habla, nada menos, de una historia verdadera y auténtica que “debemos contribuir a difundir sus hijos y los que aman su tierra de paz y de trabajo”.
Por lo tanto, El pueblo de Sarmiento es un libro clave que cristaliza una tradición, la que liga a Chivilcoy con la política liberal, la de Mitre y Sarmiento, es decir, “Los dos amores de Chivilcoy”; y funda, también, de algún modo, dándole entidad a través del libro, los orígenes del pueblo. Pero qué lugar ocupan en esa historia los pueblos originarios y los gauchos. Y es aquí donde la mirada de Birabent aplica explícitamente la matriz sarmientina, es decir, lo que sería “la verdadera y auténtica historia”. “La tiranía de Rozas reinaba en todo su apogeo en esta mitad de siglo. El país gemía bajo el azote inclemente del caudillo; callaba la Atenas del Plata; liras y plumas proscriptas apostrofaban desde la otra orilla” (El pueblo de Sarmiento, Birabent, pág. 40). “El indio antes de la llegada de los blancos andaba a pie. Inferiormente dotado por la naturaleza, se arrastraba como un gusano” (El pueblo de Sarmiento, pág. 27). En síntesis: los indios y los gauchos ocupando el lugar de la barbarie. La civilización, el Progreso, puesta en las manos de los buenos y sacrificados hombres que llegaron al lugar desierto, junto al río, y fundaron, ante la amenaza de los “salvajes”, un pueblo noble3. Hay una poesía de Carlos Domínguez, publicada originalmente en el diario “El Tribuno” de Chivilcoy, el 7 de febrero de 1918, y que Birabent cita dejando en claro, así, cuál es la idea de Progreso y, al mismo tiempo, señalado al Otro, inculto, que impedía el desarrollo de la patria: “Hoy la cruz en los aires se levanta / Donde ayer se alojaban los salvajes, / Y en los mismos parajes / La Escuela enseña y el Teatro encanta. / Victoria del progreso!” (El pueblo de Sarmiento, Birabent, pág. 121). Pero, sabemos, ese progreso fue conquistado a través de la espada (aunque Birabent deje en claro que el pueblo de Chivilcoy “desde sus principios fue una avanzada pacífica de la cultura blanca”, esa avanzada se da dentro de un proceso histórico de ocupación, ocupación violenta y sistemática sobre las poblaciones originarias). Por ejemplo, dice Birabent: “El heroico coronel Rauch, al frente de sus húsares, reconquistó allí una vez 10.000 cabezas de ganado que se llevaba un malón” (El pueblo de Sarmiento, Birabent, pág. 39). Pero “el heroico” coronel prousiano Rauch había sido contratado por Rivadavia, como cuenta Osvaldo Bayer, no para reconquistar cabezas de ganado (Arbolito, luego, le cortará la cabeza) sino para exterminar a los Ranqueles. Es el coronel de la civilización europea, como será más tarde el manco Paz para Sarmiento: así lo describe en Facundo, el General europeo, el estratega. Queda claro que la civilización de Sarmiento y todos sus símbolos se levantan sobre dos formas de exterminio: el de los pueblos originarios y el de los gauchos4.
En una carta fechada en Chivilcoy, en 1866, redactada por los munícipes Carlos Fajardo y Manuel Villarino, dirigida al “ciudadano Domingo F. Sarmiento. Representante de la República Argentina en los Estados Unidos”, se puede leer cuál es el modelo que perseguían construir los Fundadores, es decir los hombres del Progreso, en la ciudad de Chivilcoy. En la carta se lee: “Chivilcoy, por muchos llamado ´el pueblo yanquee`, por sus afinidades con los hombres de ese suelo, por su actividad creadora y su amor a todas las innovaciones es uno de los pueblos que más se encamina a la realización norteamericana” (Chivilcoy después de un siglo, Birabent, pág. 19). Estas palabras resuenan en la conferencia que Birabent da, en el local de la biblioteca popular de Chivilcoy, en la noche del 21 de octubre de 1954. Es decir, en las vísperas del centenario de la fundación del pueblo. Birabent comienza la conferencia con una pregunta: “¿Qué habrán estado haciendo en estas mismas horas de aquel atardecer tranquilo del 21 de octubre de 1854, nuestros padres fundadores?”. La respuesta a esta pregunta Birabent ya la había escrito en las páginas de El pueblo de Sarmiento en 1938.
3- Historia y ficción
De qué modo, entonces, Birabent construye esa respuesta. Es decir, de qué modo Birabent narra la historia de los orígenes del pueblo.
“No habiendo podido en este realista y árido capítulo, explicar ni el origen del nombre del lugar, ni la exacta interpretación etimológica del singular vocablo pampa, tendremos que confesar que hasta ahora nada cierto se sabe sobre su interesante tema toponomástico. En esas condiciones, está permitido agregar algunas otras hipótesis, a las ya existentes, en la esperanza de que el investigador del porvenir, con este material, con otros recursos y con otros procedimientos, llegue a descubrir lo que actualmente yace en la penumbra. Con ese objeto, en un aliviador interludio, concedamos la palabra a la amable fantasía, tan descalificada entre los historiadores concienzudos, pero, a veces, recurso evocador imprescindible, cuando las constancias no pasan de una leyenda o de una hipótesis” (El pueblo de Sarmiento, Birabent, pág. 28)
Este párrafo es clave para la lectura que estamos haciendo. Ahí donde Birabent carece de datos históricos, de pruebas, de documentos, ahí, en ese mismo punto, se lanza a la narración literaria, cambia de género, entra en una zona de recreación. Lo citado forma parte del primer capítulo del libro. El capítulo intenta desentrañar el origen de la palabra Chivilcoy asociado a esta región de la pampa. Primero presenta las distintas posibilidades de explicación del nombre. Después de varias páginas se toma, como dice más arriba, “un aliviador interludio”, le cede la palabra a la fantasía. Y esto sucede así, porque no hay nada, no tiene nada, un documento, una prueba que demuestre las distintas hipótesis o leyendas que circulan sobre la palabra Chivilcoy. Entonces se pone a narrar literariamente5. Pero lo hace dentro de un libro que será el primer libro de la historia de Chivilcoy. Es más, se pone a narrar literariamente para explicar, nada más ni nada menos, que el origen del nombre. Birabent narra una leyenda. Así pasa de ser historiador a convertirse en escritor, ligado a la tradición de Pago Chico de Payró. Birabent narra, recrea, inventa la historia del origen de la palabra Chivilcoy. El capítulo finaliza con el siguiente planteo: “Y así, ¿por qué no?, pudo nacer a la vida pampa la región de Chivilcoy”.
Este pasaje, este tránsito de la historia a la literatura no es menor. Tiene un efecto de lectura fundamental. Cuando se habla de la existencia de géneros narrativos, según Borges, lo más importante allí es la expectativa del lector. La expectativa está definiendo el género. Es decir, el lector sabe que leerá un libro de cuentos o que leerá un libro de historia. La expectativa produce, a su vez, un efecto de lectura. Entonces, no es lo mismo leer El pueblo de Sarmiento como libro de historia que leerlo como ficción: el efecto de lectura que producen las narraciones de Birabent, como por ejemplo la leyenda sobre los indios, la corrida de Coria en el día de la fundación – que es una reescritura de la crónica de Barrancos de 1896 – o la llegada del ferrocarril, penetran de una manera profunda en la memoria del lector. Es decir: eso que han leído es lo que sucedió. El efecto se vuelve realidad. Y se vuelve real porque lo ficcionalizado (a pesar de las aclaraciones) aparece narrado en el marco del género histórico. El efecto, entonces, es político.
La conferencia que Birabent da el 21 de octubre de 1954, en la biblioteca popular, en ocasión del centenario de la fundación del pueblo, es central a la hora de recobrar el tiempo pasado. Birabent es una personalidad clave porque, de algún modo, fue quien, a través de las páginas de El pueblo de Sarmiento, fundó el imaginario del pasado que en 1954 se rememora. Birabent, al cristalizar el relato oral en la escritura, al recrearlo, está inventando el relato de la fundación. Lo que recordamos de la fundación o del origen del nombre de Chivilcoy, es el relato de Birabent, es la narración literaria de esos episodios. Ésa es la importancia y la fuerza del texto. Además de consolidar una tradición, liberal, ligada a figuras como Sarmiento y Mitre. Y, por otro lado, el rechazo a los pueblos originarios y a lo gaucho. Hacer de la metáfora civilización/barbarie una realidad incuestionable. Toda esta matriz, presente desde los años de la fundación, cobrará forma, no sólo en la memoria subjetiva, sino también en la memoria objetiva de la ciudad, es decir, en los monumentos, en las calles (recuérdese que las principales avenidas de Chivilcoy llevan los nombres de los triunfadores de Caseros: la avenida Rosas sigue siendo una polvorienta avenida de la periferia6). En octubre de 1955, un año después del centenario de la fundación, se inaugura el monumento a los Fundadores. El monumento, la forma del monumento (las imágenes en relieve son contundentes), en gran parte está definido, torneado por el relato de Birabent.
Es necesario, entonces, leer El pueblo de Sarmiento como un libro múltiple: un libro político en cuyas páginas se libra una batalla ideológica; un libro histórico con cierta documentación confiable; un libro que se inscribe en la tradición literaria de la región del Salado. Por lo tanto, leerlo desde esa multiplicidad de géneros convertirá al libro, finalmente, en un documento mucho más rico, podríamos decir, mucho más trascendente para la memoria de la ciudad.
1Revista Antología. Chivilcoy, noviembre de 1971. Número 0.
2Sebastián Barrancos escribe la primera crónica de la fundación, “Chivilcoy: Recuerdos del pasado” en las páginas del diario La Democracia el 22 de octubre de 1896.
3La dedicatoria del libro de Birabent dice así: “A los criollos que amansaron la tierra, y a los gringos que la poblaron”.
4Mario Visiconte publica, en 1966, el libro Chivilcoy en sus orígenes, editado por la Municipalidad de Chivilcoy, en donde narra – recuperando la impronta rosista que tiene Chivilcoy en sus orígenes – desde la fundación del partido en 1845 por Juan Manuel de Rosas hasta 1852, es decir, la batalla de Caseros. Y trata de demostrar que algunos de los fundadores, por ejemplo, Federico Soáres ocuparon cargos políticos antes de Caseros y apoyaban a Rosas y la lucha contra los unitarios.
5Gaspar Astarita sostiene algo semejante en la biografía de Birabent que forma parte del libro Retablo chivilcoyano II, Grafer, 2004.
6En los últimos años se ha intervenido sobre esa matriz histórica, quedando inaugurado en 1996, en la plaza 25 de mayo, el monumento a Juan Manuel de Rosas, recordando la fundación del partido de Chivilcoy, el 28 de diciembre de 1845. Y llamando al Anfiteatro Municipal "Pueblos originarios", un espacio que recupera la huella mapuche que respira en el nombre de la ciudad.