30.3.08

Atemporalidad

Por Claudia Marengo

Se despertó sobresaltado. No oyó el despertador. ¡Le jodía tanto quedarse dormido! ¡Justo hoy, 30 de diciembre, día de balance!
Igual, levantó el diario tirado bajo la alfombra y se preparó un desayuno rápido.
Se sentía raro, distinto. Una impresión extraña salía del medio de su pecho y lo abarcaba. ¡Pero no tenía tiempo para pensar pavadas!
Se puso la ropa que, con detalle, había preparado la noche anterior. Abotonó su camisa, deslizó el pantalón cuidadosamente planchado y se zambulló (esta vez con mucha prisa) en el ritual cotidiano de anudarse la corbata.
Pensó que no podía dejar de hojear el diario. Un hombre como él, debía salir a la calle informado.
Estaba furioso. En los últimos diez años, nunca había llegado tarde a la oficina.
Sin poder abandonar esa desconocida sensación que le anudaba la garganta, abrió el diario en su primera página.
¿17 de mayo de 1973? ¿Qué es esto?
Siguió recorriendo cada una de las hojas, atónito, sin poder salir de su perplejidad: 20 de julio de 1903; 9 de octubre de 2010; 11 de febrero de 1971; 3 de abril de 2022. ¿Todo esto, era real?
Confundido, volvió sobre sus pasos y rehizo en su cabeza todo lo sucedido esa mañana. Desanduvo minuciosamente cada acción realizada.
El diario, las fechas misteriosas, la sensación de atemporalidad. El vestidor, su pantalón azul y la camisa a rayas, el nudo de su corbata. La cocina, el té, las tostadas. El cepillo de dientes, su cara en el espejo del baño. ¿Su cara en el espejo del baño?
Un aire distinto se respiraba esa mañana. El camino hacia el dormitorio se hizo eterno. Mientras se acercaba, lo iba inundando una luz tenue. Al llegar, la luz lo encegueció. ¿Quién dormía sobre su cama?
Respiró profundo, se acercó aún más para que la luz no lo encandile y se descubrió. Su cuerpo yacía bajo las sábanas, inerte.
Un cuerpo que aunque todavía sentía, ya no era parte suya.
Un cuerpo que ahora era sólo un trozo de carne inanimada.